dimecres, 4 de setembre del 2013

José Vicente Borrás, un hombre simplemente bueno. Article de Sussanna Anglés

Reproduïm l'article de Sussanna Anglés Querol, de La Libreria de Cazarabet (a la població del Mas de les Mates, al Baix Aragó) ha escrit tot recordant al protagonista del llibre "José Vicente Borrás. Memorias de un maestro republicano", al qual va conèixer personalment.

Podeu llegir l'entrevista de Sussanna Anglés a l'autor Ángel Rodríguez de Mier tot clicant ací.

José Vicente Borrás, un hombre simplemente bueno.
Por Sussanna Anglés Querol

José Vicente Borrás era un hombre normal y corriente: alto, de cabellos grisáceos y con entradas, con gafas, de caminar pausado, tranquilo y siempre pensativo. Tenía un aire de distracción constante, pero no era tan distraído, solo lo aparentaba… estaba mucho más con el entorno de lo que parecía, solo que tenía como ese aire desgarbado. Se concentraba todos los días leyendo la prensa diaria y no se perdía ningún noticiario. Como no oía bien solía ponerse unos auriculares porque no quería molestar a nadie con el volumen alto. Se mostraba, siempre, muy cercano a todas las noticias que iban surgiendo y recuerdo que en su casa siempre se hablaba de política, de las situaciones en que se encontraban los trabajadores, de los conflictos internacionales… en general, de cómo iban las cosas y, no pocas veces de cómo le fueron… entonces, al iaio, se le enturbiaba un poco la vista porque la vida, con él, había sido dura, muy dura y ya no solo por la situación que le tocó vivir antes, durante y después de la guerra… las peores cosas, muy a menudo se viven en carne propia… pero eso es otra historia.

El iaio era un hombre de ideas, pero aún más de acción… no se equivoquen con la expresión, lo que quiero decir es que era de los que hacía lo que predicaba y entre los hombres cercanos a la política, ustedes lo sabrán tanto o mejor que yo, que eso no es de lo que se lleva ni lo que se llevaba… pero él era así: predicaba y actuaba y, a veces, al contrario… siguiendo aquello de que el orden de los factores, no altera el producto. Era un hombre de compromiso, pero sobre todo de palabra y de los que tendían la mano a los que le necesitaban. Yo soy testigo y mi familia, de manera directa, de esto.

Ni conmigo ni con mis antepasados le une ningún lazo de sangre; simplemente mi hermano y yo les llamábamos, a él y a su mujer Carmen, iaios porque los sentíamos como iaios… eran como de la familia, aún y la distancia ideológica que, en plena posguerra rodeaban a una familia y a otra: ellos de izquierdas y mis abuelos maternos, simpatizantes de derechas, lo que se llamaba y se conocía como “gente de orden”… todavía la familia conservamos alguna foto con su camisa azul (pueden estar seguros que no me siento nada orgullosa de eso), pero en aquella casa donde coincidieron y compartieron patios y demás, de la Calle La Purísima de Càlig, se fraguó una amistad más allá de lo común… algo que hoy no narraré, quizás lo haga algún día; algo muy fuerte que ha trascendido generaciones, llegando a la que les escribe, a mi hermano, y a los nietos del iaio….

El día que murió el iaio, yo lo vi en la calle Marimón cuando, saliendo yo del colegio él se dirigía a casa desde el Hogar de los Jubilados (recuerdo la fuerza que le dio a aquel lugar, sus horas de dedicación y su devoción por el bien común de todos…); me sonrió -lo recordaré siempre- me acerqué a él, se agachó y le di un beso, él me lo devolvió, me acarició el pelo y la mejilla y me preguntó por el colegio… el iaio siempre lo hacía y es que fue maestro desde las entrañas… todavía recuerdo su mirada, la última que me dedicó, y es que cuando te miraba te acariciaba… tenía la mirada de la comprensión… se le tenía, entre los que le conocían, como una persona seria y lo era, pero era, a la vez, muy especial con todo y es que se puede ser serio en las cosas, en las ideas y en la palabra que se da y, a la vez: comprensivo, sensible y delicado… yo al iaio lo recuerdo así…

Aquella noche, la estanquera Carmen llamó a la puerta de mi casa que en la entrada te recibía con la peluquería que regentaba mi madre, y dijo que quería hablar con mi padre… éste marchó con ella, mientras yo ayudaba a secar los platos que mi madre iba fregando… a los cinco minutos llegó mi padre y entró, como un resorte, en la cocina. Pegó su espalda a los azulejos y con un hilo de voz quebrada, lívido y descompuesto dijo: "Don Vicente, el 'papa de Pepe' (así lo llamaban en mi casa) s´ha mort…”. Mi madre, dejó de lavar los platos y se volvió hacia mi padre, estaba temblando… qué curioso, lo recuerdo con total exactitud… yo me quedé de pie y mi padre vino a recoger el trapo que se me había caído al suelo ayudándome a sentarme en una silla. Fueron a avisar a mi abuela; todavía recuerdo los ojos de aquella mujer, mi abuela Julia, (que años antes había ido a acompañar a la iaia Carmen a ver a su marido condenado a muerte) como no podía contener las lágrimas de sus atenazados ojos azules… y las preguntas de mi hermano…

Desde ese día y hasta hoy y más después de la muerte, al cabo de unos cinco años, de la iaia Carmen aquella casa, sobr todo el despacho del iaio ya no fueron nunca lo mismo… eran un lugar un tanto extraño… No, no se crean… yo no le tenía miedo a nada, pero el vacío era y es inmenso cada vez que piso aquella casa, esté quien esté… y es que hay personas que imprimen en la vida algo más que huella y memoria… es algo que no se puede explicar… algo que viaja entre lo “sobrenatural” (y no me malinterpreten) y lo “mágico”. Los iaios y el iaio, en particular, forjaron en quien se acercaba a ellos algo único… no hay ningún día que no recuerde su rectitud, sin perder ni un ápice el recuerdo de su sensibilidad y su sonrisa.

Hoy y ahora y para siempre: en mi recuerdo y seguro que en el de mis padres y hermano, están los dos, siempre…

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