Reproduïm l'article de Sussanna Anglés Querol, de La Libreria de Cazarabet (a la població del Mas de les Mates, al Baix Aragó) ha escrit tot recordant al protagonista del llibre "José Vicente Borrás. Memorias de un maestro republicano", al qual va conèixer personalment.
Podeu llegir l'entrevista de Sussanna Anglés a l'autor Ángel Rodríguez de Mier tot clicant ací.
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José Vicente Borrás, un hombre simplemente bueno.
Por Sussanna Anglés Querol
José
Vicente Borrás era un hombre normal y corriente: alto, de cabellos
grisáceos y con entradas, con gafas, de caminar pausado, tranquilo y
siempre pensativo. Tenía un aire de distracción constante, pero no era
tan distraído, solo lo aparentaba… estaba mucho más con el entorno de lo
que parecía, solo que tenía como ese aire desgarbado. Se concentraba
todos los días leyendo la prensa diaria y no se perdía ningún
noticiario. Como no oía bien solía ponerse unos auriculares porque no
quería molestar a nadie con el volumen alto. Se mostraba, siempre, muy
cercano a todas las noticias que iban surgiendo y recuerdo que en su
casa siempre se hablaba de política, de las situaciones en que se
encontraban los trabajadores, de los conflictos internacionales… en
general, de cómo iban las cosas y, no pocas veces de cómo le fueron…
entonces, al iaio, se le enturbiaba un poco la vista porque la vida, con
él, había sido dura, muy dura y ya no solo por la situación que le tocó
vivir antes, durante y después de la guerra… las peores cosas, muy a
menudo se viven en carne propia… pero eso es otra historia.
El
iaio era un hombre de ideas, pero aún más de acción… no se equivoquen
con la expresión, lo que quiero decir es que era de los que hacía lo que
predicaba y entre los hombres cercanos a la política, ustedes lo sabrán
tanto o mejor que yo, que eso no es de lo que se lleva ni lo que se
llevaba… pero él era así: predicaba y actuaba y, a veces, al contrario…
siguiendo aquello de que el orden de los factores, no altera el
producto. Era un hombre de compromiso, pero sobre todo de palabra y de
los que tendían la mano a los que le necesitaban. Yo soy testigo y mi
familia, de manera directa, de esto.
Ni
conmigo ni con mis antepasados le une ningún lazo de sangre;
simplemente mi hermano y yo les llamábamos, a él y a su mujer Carmen,
iaios porque los sentíamos como iaios… eran como de la familia, aún y la
distancia ideológica que, en plena posguerra rodeaban a una familia y a
otra: ellos de izquierdas y mis abuelos maternos, simpatizantes de
derechas, lo que se llamaba y se conocía como “gente de orden”… todavía
la familia conservamos alguna foto con su camisa azul (pueden estar
seguros que no me siento nada orgullosa de eso), pero en aquella casa
donde coincidieron y compartieron patios y demás, de la Calle La
Purísima de Càlig, se fraguó una amistad más allá de lo común… algo que
hoy no narraré, quizás lo haga algún día; algo muy fuerte que ha
trascendido generaciones, llegando a la que les escribe, a mi hermano, y
a los nietos del iaio….
El
día que murió el iaio, yo lo vi en la calle Marimón cuando, saliendo yo
del colegio él se dirigía a casa desde el Hogar de los Jubilados
(recuerdo la fuerza que le dio a aquel lugar, sus horas de dedicación y
su devoción por el bien común de todos…); me sonrió -lo recordaré
siempre- me acerqué a él, se agachó y le di un beso, él me lo devolvió,
me acarició el pelo y la mejilla y me preguntó por el colegio… el iaio
siempre lo hacía y es que fue maestro desde las entrañas… todavía
recuerdo su mirada, la última que me dedicó, y es que cuando te miraba
te acariciaba… tenía la mirada de la comprensión… se le tenía, entre los
que le conocían, como una persona seria y lo era, pero era, a la vez,
muy especial con todo y es que se puede ser serio en las cosas, en las
ideas y en la palabra que se da y, a la vez: comprensivo, sensible y
delicado… yo al iaio lo recuerdo así…
Aquella
noche, la estanquera Carmen llamó a la puerta de mi casa que en la
entrada te recibía con la peluquería que regentaba mi madre, y dijo que
quería hablar con mi padre… éste marchó con ella, mientras yo ayudaba a
secar los platos que mi madre iba fregando… a los cinco minutos llegó mi
padre y entró, como un resorte, en la cocina. Pegó su espalda a los
azulejos y con un hilo de voz quebrada, lívido y descompuesto dijo: "Don Vicente, el 'papa de Pepe' (así lo llamaban en mi casa) s´ha mort…”.
Mi madre, dejó de lavar los platos y se volvió hacia mi padre, estaba
temblando… qué curioso, lo recuerdo con total exactitud… yo me quedé de
pie y mi padre vino a recoger el trapo que se me había caído al suelo
ayudándome a sentarme en una silla. Fueron a avisar a mi abuela;
todavía recuerdo los ojos de aquella mujer, mi abuela Julia, (que años
antes había ido a acompañar a la iaia Carmen a ver a su marido
condenado a muerte) como no podía contener las lágrimas de sus
atenazados ojos azules… y las preguntas de mi hermano…
Desde
ese día y hasta hoy y más después de la muerte, al cabo de unos cinco
años, de la iaia Carmen aquella casa, sobr todo el despacho del iaio ya
no fueron nunca lo mismo… eran un lugar un tanto extraño… No, no se
crean… yo no le tenía miedo a nada, pero el vacío era y es inmenso cada
vez que piso aquella casa, esté quien esté… y es que hay personas que
imprimen en la vida algo más que huella y memoria… es algo que no se
puede explicar… algo que viaja entre lo “sobrenatural” (y no me
malinterpreten) y lo “mágico”. Los iaios y el iaio, en particular,
forjaron en quien se acercaba a ellos algo único… no hay ningún día que
no recuerde su rectitud, sin perder ni un ápice el recuerdo de su
sensibilidad y su sonrisa.
Hoy y ahora y para siempre: en mi recuerdo y seguro que en el de mis padres y hermano, están los dos, siempre…
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